Tenia alrededor de cuatro años en aquel tiempo, no recuerdo que alguna cosa en especial sucediera antes de irme a dormir, seguramente todo lo habitual en una pequeña familia como la mìa; mamà habrà preparado los alimentos, papà estarìa tomando un descanso despues del trabajo y yo, investigando o reparando mis juguetes por asì llamar a los juegos de niño traviezo.
Ocupabamos un par de piezas o habitaciones, recuerdo que desde el cuarto que nos servia como dormitorio teniamos una buena vista de la ciudad; claro, mirando a lo lejos y una de mis entretenciones diarias fue observar la llegada de los buses de transporte pùblico hasta el paradero final en el barrio Bellavista, habian estos de cuatro colores diferentes; ahora puedo decir que se trataban de los buses de las cooperativas: Quito, o Diez de Agosto (azules), Pichincha (amarillos), Quitumbe (mostazas), C. Nac. de Transportes, o Eugenio Espejo (rojos).
Esos diferentes buses, seguramente con sus respectivos horarios y turnos, eran los que nos permitian movilizarnos a quienes viviamos en este populoso sector de la ciudad de Quito; la linea se llamaba “Batàn-Colmena” en la ruta “Pradera-Bellavista” y debo confezar que desde aquellos tiempos me nacìo el gusto de viajar en autobus.
No hacia mucho que nos mudamos a ese sector, entonces no conociamos de tantos amigos u otras personas; almenos eso tengo que decir por mi cuenta, porque precisamente este relato tiene que ver con una experiencìa bastante particular de esos mis primeros años.
La casa donde mis padres alquilaban, era un pequeño vecindario; no recuerdo a los vecinos, tampoco a sus hijos, si es que estos tenian; pero recuerdo con claridad al hijo de la propietaria del inmueble, su nombre Alberto.
Recuerdo que Alberto; un niño mayor a mi, tenia siempre el gusto de incluirme en sus juegos, estos tenìan que ver con apuestas, por ejemplo: canicas (bolas), planchas (juego de monedas), trompos; claro, su experiencia primaba y ni aùn mis lloriqueos lograba ablandar su espìritu de campeòn y es màs, lo unico que conseguia era dañar su caracter y hacerme merecedor al golpe de su mano o minimo un empujòn para visitar el suelo.
Pero era un cuento de nunca acabar, el siempre sabia como y terminaba convenciendome de volver a jugar y apostar los juguetes; no recuerdo a otro niño con quien compartia mi tiempo u otro con quien perder, talves de esos tiempos me queda como enseñanza la apatìa por las apuestas; menos mal, entonces eso tengo que agradecerle al gran Alberto.
Aquella noche; me despertè y de pronto me descubrì solo en medio de la cama de mis padres, la luz estaba encendida, recuerdo que gritè el nombre de mi màma, pero no tuve respuesta; entonces me levantè, corrì hasta la puerta y no pude abrirla, no entendia lo que estaba pasando, solo recuerdo haber estado tan asustado y entre eso dirijì mis ojos a la ventana donde todos los dìas acostumbraba detenerme a contemplar a lo lejos.
La ventana separaba la habitaciòn de un pequeño huerto y al pasar el huerto, se podia encontrar un callejòn que conducìa hasta la puerta principal del vecindario; recuerdo que abrì la ventana entre llantos y sin tomar en cuenta la altura me arrojè afuera de la habitaciòn, creo que caì sobre unos arbustos porque recuerdo haber raspado entre las ramas mis brazos y piernas; otra cosa, no estoy seguro, pero creo que debe haber sido en la època de frio y lluvìa (invierno ecuatorial), porque tenìa un poco de barro entre mis rodillas y gotas de agua en la camiseta que cubria mi cuerpo, el resto de ropajes eran mas bien sencillos, mejor dicho, no llevaba ninguna otra prenda a parte de mis calzoncillos.
Recuerdo que dejè el vecindario sin mayor problemas; la noche era fria y no podia desplazarme con rapides, ya que las calles eran empedradas y en ciertos tramos eran usuales la presencia de pequeñas piedrecillas que se incrustaban en la planta de mi pies, los tenia descalzos, se me olvido un detalle importante, buscar los zapatos en mi dramatica huida.
No pensaba en nada; lloraba sin consuelo alguno y sentìa el sabor salino de mis lagrimas mezclado entre los lamentos de mi boca, me dirijì guiado por una especìe de instinto, a donde?. Eso no era lo importante, solo querìa encontrar a mis padres.
El barrio de Bellavista esta situado en una zona alta de la ciudad de Quito, talves a 2900m de altura, nace a un costado de la via Interoceanica y es una colina que divide la ciudad con el valle de Tumbaco, esta colina se prolonga hacia el norte hasta el sector de Zambiza .
No recuerdo haber encontrado a persona alguna en mi recorrido, tampoco imagino la hora, tan solo supongo que era la madrugada, debo haber caminado alrededor de dos kilometros hasta que las luces de un auto gris-azul con lamparas rojas sobre el techo, detuvo mi aventura.
Era un auto de la policia; habian dos personas dentro, el que viajaba junto al conductor decendio y me tomo en sus brazos, me pidieròn que dejara de llorar y ofrecieron ayudarme en mi busqueda.
La señora Lolita; era la madre de Alberto, es decir la propietraria del inmueble donde viviamos, atendìa un pequeño negocio de abarrotes que funcionaba en la zona frontal de su propiedad y moraba junto a su familia en la parte superior de este.
Ella fuè a la primera persona conocida que encontre en mi busqueda de aquella noche; bueno, encontramos! deberia señalar, ya que a esas alturas eramos los “tres mosqueteros”, dos oficiales de policia y su servidor.
Me encontraron cerca a la Av. Eloy Alfaro, siguiendo la misma ruta que el bus rumbo al centro de la ciudad.
Mientras me abrigaban con una cobija y me acomodaban en la parte trasera del auto policiaco; el comedido oficial empezo a interrogarme, recuerdo que preguntò, si conocia como llegar a mi casa?, me dijo!, que el estaba seguro que mis padres estarian esperando por mì, a lo cual accedì.
Seguramente la señora Lolita debe haberse llevado el susto de su vida, cuando escucho el timbre de su casa y vìo que la policia era quien la requeria.
No se trato de ningun tràmite y despues de un cruce de palabras entre los adultos, visitantes y visitados, yo pasè en brazos de la señora hasta los dominios de mi super contrincante de juegos “Alberto” quien dormìa plàcido, seguro soñando divertidamente entre una ronda de àngeles.
No habra pasado mucho tiempo; la misma noche, cuando ya las lagrimas se me agotaron; otro lloros empezaròn a alarmar el vecindario y el timbre de la casa donde me alojaba sonò malhumorado.
La señora Lolita atendio al llamado de su puerta; pero, no estaba dispuesta a dejar sìn escarmiento a la confiada madre que abandono el lecho, dejando al crio entretenido en los brazos del sueño; mi madre, jamas se imagino que tal hecho fuera posible, su hijo desaparecio!.
Calico Nattergalec.
2 comentarios:
Pero si ese es el verdaero amor¡¡ aquel que decide por nosotros, que nos toma y nos lleva por calles lenas de piedritas y nos hace olvidae que vamos desnudos¡¡¡¡ ahora quizas tenemos mucho más de 4 años sin embargo mas de una madrugada nos encontrara en esas aventuras¡¡¡
Estos son los post que me gustan amigo Carsot¡¡¡ si asi llueve pues que no pare¡
Un abrazo compadre¡¡
tremendamente conmovida....y hoy todavía con el alma estrujada puedo decir que pocas veces en la vida he sentido tanto un corazón que late a pesar de la distancia..
se lo quiere!
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